Por Helena Dionísio La ética y el liderazgo son dos caras de la misma moneda, especialmente en el ámbito empresarial. En el entorno empresarial actual, la capacidad de una compañía para proyectarse a largo plazo está indisolublemente ligada a su compromiso con un liderazgo ético y con una misión de valor que trascienda lo económico. […]

Por Helena Dionísio

La ética y el liderazgo son dos caras de la misma moneda, especialmente en el ámbito empresarial. En el entorno empresarial actual, la capacidad de una compañía para proyectarse a largo plazo está indisolublemente ligada a su compromiso con un liderazgo ético y con una misión de valor que trascienda lo económico.

Este enfoque no solo refuerza la reputación corporativa, sino que también crea un impacto positivo en la comunidad local, aportando estabilidad y generando una base sólida de confianza y legitimidad.

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Por su naturaleza e impacto, las empresas multinacionales tienen una responsabilidad ampliada. Al operar en contextos diversos, deben construir relaciones sólidas basadas en la transparencia y en valores éticos que reflejen tanto los objetivos corporativos como las expectativas de las comunidades que las rodean.

Aquí es donde surge el concepto de Propósito Compartido, entendido como la convergencia entre los intereses de la empresa y los de sus actores clave. Este propósito es más que una declaración; se trata de una plataforma estratégica que sirve de eje de gravedad para conectar genuinamente con empleados, socios, clientes y comunidades.

El Impacto de un Liderazgo Ético

El liderazgo ético implica tomar decisiones que reflejen integridad y responsabilidad. Para las empresas globales, esto significa operar bajo principios claros y coherentes, independientemente del mercado en el que se encuentren.

La ética, en este contexto, no solo incluye el cumplimiento de normas y regulaciones, sino también un compromiso con la justicia social, el respeto por el medio ambiente y la promoción de prácticas sostenibles.

Un liderazgo ético tiene efectos tangibles en la reputación de la empresa y en su relación con la comunidad local.

Cuando una compañía actúa con transparencia, genera confianza y fortalece su marca. Las organizaciones que operan con una mentalidad ética consiguen fidelizar a sus clientes y empleados, y al mismo tiempo, logran atraer a nuevos talentos y fortalecer su ecosistema empresarial.

La creación de valor sostenible se basa en la construcción de relaciones duraderas. Este objetivo exige un cambio de paradigma: pasar de la visión tradicional, orientada exclusivamente a los beneficios económicos, a un modelo en el que la empresa comparte un propósito común con sus stakeholders.

Esta filosofía, actúa como el eje sobre el cual se construyen conexiones de valor y compromiso a largo plazo.

Beneficios

La integración del liderazgo ético y del propósito compartido en la estrategia de una organización crea un entorno favorable para innovar, adaptarse y crecer de manera sostenible.

Estos beneficios no se limitan a la percepción externa de la empresa. Internamente, un liderazgo ético inspira a los empleados y refuerza una cultura organizacional basada en valores.

Los empleados, al igual que los consumidores, buscan ser parte de algo significativo; cuando ven que la empresa tiene un propósito claro y actúa en consecuencia, se sienten más motivados y comprometidos.

En última instancia, el liderazgo ético y la creación de valor a largo plazo no solo son los cimientos de una buena reputación, sino que también forman la base de una relación sólida y genuina con la comunidad. Es así como construimos una marca que perdura en el tiempo, uniendo a la empresa y sus actores clave en torno a un propósito común que crea valor compartido y beneficio para todos.

Helena Dionísio es Country Manager de Pernod Ricard Dominicana.

Las opiniones expresadas en este artículo son exclusiva responsabilidad de su autora y no tienen que ver con la posición de Forbes República Dominicana.