Un estudio de BCG revela que el consumidor actual tiene un deseo de gastar que no se basa en estabilidad económica, sino en ansiedad, inflación anticipada y, en muchos casos, la necesidad emocional de “darse un gusto”.

A primera vista, el consumo mundial parece mantenerse fuerte. La mayoría de los consumidores encuestados por BCG en su más reciente Global Consumer Radar de abril afirma que planea seguir gastando en los próximos seis meses. Sin embargo, cuando se observa con más atención, lo que parece una continuidad en la confianza esconde una tensión creciente: un deseo de gastar que no se basa en estabilidad económica, sino en ansiedad, inflación anticipada y, en muchos casos, la necesidad emocional de “darse un gusto”.

Este hallazgo —que muchos consumidores están motivados por razones no financieras para mantener o incluso aumentar su gasto— debería encender alertas entre los líderes empresariales. No es una señal de prosperidad, sino una respuesta al estrés económico y la incertidumbre.

El panorama es particularmente preocupante entre los hogares de menores ingresos. En países como Estados Unidos, Brasil, Alemania y China, este grupo ha comenzado a reducir sus expectativas de gasto. Esta caída, registrada incluso en mercados con baja inflación, indica que la presión sobre el bolsillo es real y transversal.

Para Colombia, cuya economía depende en gran parte del consumo interno y cuyas exportaciones están expuestas a la dinámica del comercio internacional, estas señales deben interpretarse como advertencias. Si las clases medias y bajas globales dejan de consumir, la demanda de productos —especialmente los no esenciales— podría desacelerarse. Esto afectaría desde exportadores de bienes de consumo hasta empresas del sector financiero y asegurador que ya enfrentan una competencia intensa por la atención y la confianza del cliente.

Además, las recientes tensiones comerciales y los nuevos aranceles están generando un impacto psicológico profundo. BCG ha identificado que la mayoría de los consumidores globales —particularmente en América del Norte y Europa— cree que los aranceles empeorarán la inflación y afectarán negativamente la economía. Lo curioso es que aquellos que apoyan los aranceles tienden a confiar más en la economía nacional, pero se sienten inseguros en lo personal. Por el contrario, los opositores a los aranceles se sienten más estables financieramente y, por ende, muestran mayor intención de gasto.

Este patrón revela una desconexión importante: el optimismo sobre la economía nacional no se traduce necesariamente en más consumo. Para las empresas, esto implica que no basta con seguir los indicadores macro. Es necesario entender cómo se sienten las personas con su bolsillo, su trabajo y su futuro inmediato.

El análisis por categoría también ofrece pistas clave. Algunas áreas como seguros, automóviles e internet hogar se mantienen resilientes en todos los niveles de ingreso. En cambio, rubros como gastronomía, snacks, moda y bebidas alcohólicas muestran una caída sostenida en intención de gasto. Para los negocios en Colombia, esto puede traducirse en oportunidades si se logra reenfocar portafolios hacia lo esencial y de alto valor percibido.

La lección final es tan clara como urgente: ya no vivimos en una economía impulsada solo por datos duros. Hoy, la percepción y el sentimiento pesan tanto como el ingreso. Las empresas que entiendan esta nueva sensibilidad —y actúen con agilidad, empatía y precisión— serán las que lideren el nuevo ciclo de crecimiento. Las que no, se arriesgan a quedarse atrapadas en una lectura superficial del mercado, justo cuando las grietas comienzan a ensancharse.

Por: Andrés Giraldo*
*El autor es managing Director & Partner BCG.

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