Al invertir en el desarrollo del talento joven y en programas educativos innovadores, las empresas también fortalecen su reputación y construyen relaciones más sólidas con la comunidad.
¿Qué futuro queremos construir si ignoramos el potencial ilimitado de una generación entera que anhela ser parte del cambio? ¿Cómo podemos garantizar un crecimiento económico sostenible y resiliente si no priorizamos el desarrollo y la inclusión del talento joven, que es esencial para impulsar la innovación y fortalecer nuestras economías locales? ¿Es realmente sostenible un modelo empresarial que no considera el impacto social de sus decisiones sobre las vidas de los jóvenes de las comunidades a las que sirven?
Los ESG no son meramente un conjunto de reglas a seguir, debemos entenderlos como un llamado a la introspección sobre el verdadero propósito de las empresas en nuestra sociedad. Se trata de ir más allá de las transacciones y construir puentes basados en confianza y respeto mutuo. Escuchar activamente y responder con acciones significativas es esencial para cultivar relaciones duraderas.
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La inversión en programas de desarrollo juvenil y educación es una estrategia clave en este sentido. Según datos del Banco Mundial, cada dólar invertido en educación de calidad puede generar un retorno de hasta 5 dólares en crecimiento económico. Esto demuestra que la educación, aparte de un derecho fundamental, es también un motor crucial para el desarrollo de nuestra sociedad. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) destaca que reducir a la mitad la tasa de desempleo juvenil podría aumentar el pib mundial en aproximadamente un 4%, haciendo un llamado tanto a corporativas como a los ejecutivos estatales para convertirlo en un punto prioritario en las agendas institucionales.
Al invertir en el desarrollo del talento joven y en programas educativos innovadores, las empresas no sólo aseguran un suministro constante de profesionales capacitados para enfrentar los desafíos contemporáneos, sino que también fortalecen su reputación y construyen relaciones más sólidas con la comunidad.
Estas inversiones generan beneficios tangibles al mejorar la lealtad del consumidor y abren nuevos mercados, al tiempo que contribuyen a crear comunidades más resilientes e inclusivas.
Las nuevas tendencias educativas, que enfatizan un aprendizaje consciente y adaptado a las necesidades reales del presente, subrayan la importancia de que las empresas pasen de ser consumidoras de talentos, a creadoras de carreras profesionales. Este enfoque requiere una inversión en programas de capacitación que no sólo desarrollen habilidades técnicas específicas, sino que también promuevan el pensamiento crítico, la creatividad y la adaptabilidad, así como otras soft skills y habilidades humanas que aporten un valor diferenciador en el contexto de la acelerada innovación tecnológica y la aparición de redes neuronales adaptativas y sistemas inteligentes automatizados.
Implementando programas de capacitación que se alineen con las demandas del mercado, las organizaciones tienen la oportunidad de cultivar un talento dinámico y adaptable, generando un sentido de pertenencia entre los empleados jóvenes, quienes valoran a sus empleadores como aliados en su crecimiento personal y profesional. En última instancia, adoptar un enfoque proactivo hacia el desarrollo social no sólo es una ventaja competitiva significativa, sino también una responsabilidad moral ineludible para las empresas del siglo XXI.
Por: Daniel Del Valle Blanco, presidente del Consejo Juvenil de ONU-Habitat y enviado especial del Parlacen para la Juventud. Ha servido como embajador del Organismo Internacional de Juventud ante la ONU.
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