Es el chico rebelde de la política en Argentina hoy. Tiene preocupados a sus contradictores, pues su favorabilidad lo pone en la pelea por las presidenciales de 2023. Economista, libertario, promete dolarizar la economía, reducir el gasto público y los impuestos y convertir nuevamente a su país en el polo de desarrollo que alguna vez fue. ¿Lo logrará? Así es Javier Milei.

Por Aldemar Moreno / Forbes Colombia
Javier Milei tiene clara la diferencia entre populismo y popularidad. Lo primero es hacerse al favor de la población con políticas que van a terminar dañando a la mayoría de los ciudadanos; esa es la fórmula del socialismo y la izquierda.

La popularidad, en cambio, es agradar a una generación que está pidiendo cambios en el status quo con propuestas que suenan exageradas, aunque él las considera como necesarias para sacar a Argentina del foso. Además, explica que si el status quo de hoy es de izquierda, la revolución que lo reemplace tiene que ser liberal.

Por eso responde con severidad a quienes como Martín Lousteau, político argentino contradictor, lo definen como “un populista de derecha”.

“No me preocupa mucho lo que diga Martín Lousteau. Él también me acusó de ser una persona peligrosa, pero él fue ministro de Economía de Cristina Fernández y dejó al país al borde de una guerra civil con la 125 (resolución sobre retenciones de soya que derivó en manifestaciones sociales en 2008). Tampoco es alguien que tenga las ideas muy claras, porque él dijo que es un liberal de izquierda y que le gusta el Estado grande. Esto vendría a ser algo así como que él es partidario del helado caliente o del esqueleto obeso, de la meretriz virgen o el círculo cuadrado”, dijo Mileien entrevista con Forbes Colombia.

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Lo de Milei no es populismo. Sus propuestas, claramente lo ponen lejos de Trump o Bolsonaro. Su ley, dice, es la libertad y la lucha por conseguirla. Defiende el capitalismo y la capacidad del individuo por labrarse camino sin intervención estatal y cree que la libre competencia lleva a la prosperidad y ella, a la paz social. Considera que “donde entra el comercio no entran las balas” y que “donde hay mercado las costumbres son dulces”, citando a dos de sus autores favoritos: Frédéric Bastiat y Bertrand de Jouvenel, respectivamente. Tampoco puede ocultar su gran admiración por Ludwig von Mises, uno de los economistas y teóricos que más aportó en la consolidación de las ideas libertarias.

Milei sueña con un estado pequeño, sin banco central como herramienta de los políticos que “le roban a la población su producto por la vía del señoreaje”. También cree en las bajas tarifas impositivas, porque ve la tributación como una expropiación. En general, para que la libertad sea una opción real, debe ser menor la incidencia de lo público en la vida del ciudadano común. En su consideración, los programas sociales funcionan mientras que la gente pueda llegar a feliz puerto en su esfuerzo para generar ingreso; luego, que entren todos al mercado a competir.

Claramente, todas estas propuestas están muy lejos del manual del perfecto populista latinoamericano.

Javier Milei. Fotografiado por Alejandro Baccarat.

Es irreverente, directo en su hablar y tiene ideas claras y consistentes. Lo distinguen unos ojos  “celestes” y un peinado muy particular que logra simplemente abriendo la ventana de su carro en marcha y dejando que el aire entre y haga lo suyo. “Me peina la mano invisible”, dijo a medios cuando le preguntaron por su look.

Que la posibilidad de una revolución liberal entusiasme al país de Maradona y Perón exige una explicación. Son décadas de insistir en las políticas de izquierda y eso ha calado hondo en la cultura argentina. Lo cierto es que la decisión de los gobiernos de insistir en esa receta indica que hay muchas reformas políticamente inviables.

El enemigo es la realidad

Los contradictores no se pueden equivocar: Milei hoy es representativo. Las razones pueden ser muchas, pero, parafraseando a Margareth Tatcher, el enemigo no es Milei sino la realidad, que es tozuda y obstinada.

En materia social y económica, Argentina viene coleccionando fracaso tras fracaso. El año pasado la pobreza afectó a 37% de la población, la inflación estuvo por encima del 50% (a abril de este año ya rondaba 58%) y el déficit fiscal primario era de US$800 millones, lo que significa que los argentinos se están endeudando para pagar otras deudas. Esa es la receta del desastre.

“Argentina es un defaulter serial y ya supera a Ecuador”, señala Milei para poner énfasis en su diagnóstico sobre los males que las ideas socialistas le han infligido a su nación a lo largo de los años.

“Los únicos que logramos dar en el diagnóstico correcto y que la gente entiende somos los liberales: somos los únicos que tenemos un diagnóstico consistente, porque dejamos en evidencia que el gran problema es básicamente esta idea bárbara -que viene de barbarie- del modelo de la casta, según la cual ‘de una necesidad nace un derecho’”, añadió.

Allí cree Milei que está el origen de todos los problemas, porque un Estado sobredimensionado (el gasto público argentino alcanza 38% del PIB) solo se puede financiar por la vía de los impuestos excesivos, mayor deuda o la emisión monetaria. Todas son estrategias que, a la larga, terminan afectando a la gente y asfixiando la actividad productiva privada.

Por eso, una de las facetas de esta crisis es una enorme insatisfacción social. Y Milei ha sabido capitalizarla. Para lograrlo, ha acudido a la fórmula precisa: la provocación. Cuando se posesionó como legislador, anunció que rifaría todos los meses su salario como diputado. Hoy cada sorteo es reseñado por la prensa y Milei aumenta su capital político entregándole a ciudadanos del común lo que devenga. ¿Por qué lo hace? Porque considera al Estado una organización criminal y violenta que se financia con una fuente coactiva de ingreso: “Los impuestos son un robo, nadie los paga voluntariamente”. Por eso, lo que recibe de pago es, en su consideración, “dinero mal habido.  Esto es lo mismo que hacía Robin Hood. Lo del sorteo de la dieta es devolverle el dinero a quienes verdaderamente lo generaron”.

Cree que su movida de rifar su salario dejó en claro que el político promedio argentino gana mucho más que el argentino promedio. “A los políticos les va mucho mejor que a los argentinos de bien, que viven del fruto de su trabajo, sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad a un mejor precio. La rifa de mi dieta también dejó en evidencia que son unos ladrones, porque el nivel de vida que llevan no se condice con esta retribución”.

El diagnóstico y la cura

Ya tiene claro lo que va a hacer si llega al gobierno: tiene un ambicioso paquete de reformas por etapas. En un primer momento avanzará en un ajuste total al Estado para reducir su tamaño, bajará los impuestos y eliminará el Banco Central. Esto abriría campo a una competencia de divisas para que los argentinos elijan su moneda. “Para mí podría ser el dólar, el euro, el franco suizo, la libra esterlina o el renminbí, me da lo mismo: que sea el bitcoin o que sea el oro”, explica.

Se concentrará en “bajar el gasto público en aquellos lugares donde roba la política como por ejemplo la inversión pública, las transferencias discrecionales y lo que tiene que ver con los subsidios económicos. También reformaremos las jubilaciones de privilegio y tenemos que atacar el déficit de las empresas manejadas por el Estado”.

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La reforma tributaria consecuente significaría no solo una reducción en las tarifas, sino también en la cantidad de impuestos, que pasaría de 165 a apenas 10. Finalmente, tiene como objetivo eliminar regulaciones.  Piensa igualmente en reformas al mercado laboral que lo hagan más flexible.

Todo ello va a garantizar, considera, una era de crecimiento que dejaría el terreno abonado para las reformas de segunda y tercera generación, que serían aquellas destinadas al sistema de protección social, a la nómina estatal, a los programas sociales, a la educación y a la salud. Milei dice que con todos estos ajustes estructurales, Argentina volvería a brillar en la región.

Javier Milei, Fotografiado por Alejandro Baccarat.

*Este texto se publicó originalmente en Forbes Colombia